jueves, 30 de octubre de 2008

MI NOMBRE ES BEL, ANA BEL.


La madre de mi abuela se llamaba Inocencia. A lo que se ve este tipo de nombres-putada se llevaban mucho por aquellos años. Imagino que durante la niñez de la susodicha el nombre le caía como Dios, pero no es difícil imaginar que, pasada la edad de la inocencia, lo de mi bisabuela tuvo que ser un cachondeo.
Esa mujer obligada de por vida a ser una mal pensada de alivio para no tener que escucharse eso de: “Ay, Inocencia que bien te cae el nombre, hija”.
Esa mujer con una mala leche endémica y siempre con una mirada de sospecha como los chinos, para evitar ser timada como tales.

El padre de mi abuelo se llamaba Celedonio. Estos nombres ya no se ponen. Está tan en desuso que el world me lo subraya en rojo.

Si yo fuera un niño me hubiera llamado Fausto Manuel, pero ese privilegio lo luce mi hermano y no le va mal del todo cumpliendo con su tarea de llevar por tercera generación semejante prestigión.

Yo no entiendo como pude librarme de llamarme Carmen, seguramente porque se cansaron en mi casa del arraigo y del rancio abolengo. Otra cosa no se explica.

Me cuentan, o también me lo puedo inventar pero me parece que no, que es por una peli lo de Ana. Concretamente “Ana y el rey de Siam”. Es una noñería pero a mi me gusta. Desde luego si pensaron mis padres trasladarme las virtudes de la tal Ana, lo han clavao.

Lo de Isabel es por mi madrina que no se llamaba Inocencia, afortunadamente.

Una servidora, visiblemente humillada por no verse elegida para la continuación de la tercera generación de Carmenes, ha decidido empezar la suya propia. De momento levo dos. Que se fastidien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bueno señora bom,ya veo que a usted no tiene ni le hace falta familiares y mucho menos abuela con nombres raros.
el machito